
Un hombre en compañía de su esposa visitó un centro comercial con la intención de comprarse un traje. Se suponía que sería una tarea sencilla, puesto que nosotros los hombres somos más prácticos para este tipo de cuestiones. En cambio acompañar a una mujer a comprar ropa, representa una prueba de paciencia ¡es agotador y se requiere una paciencia como la de Job! (ji, ji, ji) ¿Has estado algo parecido? Seguramente sí: si tienes hermanas, novia o esposa debes haber pasado por esta prueba, y si eres mujer, ¡por favor ten piedad de tu acompañante!
El hombre entró a una tienda muy exclusiva donde habían trajes de excelente calidad y de las telas más finas y cortes extremadamente elegantes. Después de recorrer brevemente con la mirada, (lo dicho, somos más prácticos) encontró el traje perfecto, como si estuviera hecho para él; de color negro, el color que le gustaba, con raya de gis y la tela a simple vista parecía de lo más cómoda. No tenía que buscar más, ese era el indicado. Inmediatamente pidió a un empleado de la tienda que le mostrara su talla, se lo probó: lo dicho, estaba hecho para él; elegante, cómodo y a su medida.
Entonces llego el momento más temido para un hombre al comprar: preguntar el precio. El empleado respondió "$ 1,350 dólares, señor". “¡Que, qué!, ¡te reprendo Satanás!" (obviamente era cristiano, por cierto ministro de alabanza), "¡no, es mucho dinero, vámonos de aquí mujer!" Su esposa no pudo negar su naturaleza de mujer dedicada a buscar la perfección en su atuendo y trato de convencer a su marido “llévatelo amor, sí es caro pero vale la pena, te lo mereces”, a lo cual su marido se negó rotundamente.
Al salir de la tienda, sin el traje, escuchó la voz de Dios hablándole a su corazón, como siempre enseñándonos lecciones para la vida, y le dijo “ese traje era tuyo, pero no quisiste pagar el precio...” (continuará).
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